Escritos





Gestos

          Me levanté y quitándome el sombrero frente al espejo, repetí el movimiento aquel que presumía tener tan bien aprendido; mi vida, se tornaba en momentos literaria pensé, literaria más que cinematográfica porque se expresaba en frases y no en imágenes, frases que tenía que apresurarme a copiar en algún trozo de papel cualquiera, para no perder esa sensación, para conservar el momento vivido vívido; frases que parecían pertenecer a otro contexto, no sé bien si pasado o futuro, pero a otro sin duda diferente, al que en aquel momento me rodeaba. Era como si me asomara, atravesando un breve visillo, a un existir alternativo donde todo, estaba en su debido sitio, donde yo era el que en realidad era; más aún, el que merecía ser y no aquel que se espera, ni el que se esfuerza día a día en serlo.
          Observando mi rostro allí reflejado, realicé el ejercicio de liberarlo de toda expresión por intentar despojarlo de cualquier máscara, por acercarme a ese yo. Ahora, pasado el tiempo me doy cuenta no solo de lo inútil sino también de lo estúpido de aquel intento.
          Como era capaz en el día a día de hacer lo mismo con mi propia vida, luchar por despojarla de toda expresión; negarla y fabricar una personalidad y una existencia tal y como correspondía, a la altura de como yo creía que debería ser; y como, como un tonto que se ufana de la estabilidad de sus nuevas suelas, resbalaba y caía de culo en medio de la escena, grande ya como era, ridículo y avergonzado.
          Ahora, digo, pasado el tiempo, de nuevo frente al espejo, repitiendo una vez más aquel movimiento que presumía de tener tan bien aprendido me doy por fin cuenta de que no era así, que no era ni siquiera con aquella mano sino al revés y que necio de mí, el espejo, había conseguido tenerme engañado durante todo este tiempo.






Encuentro
 
          Me habrá de disculpar señorita, sin duda es usted una mujer muy atractiva; pero sufro mal de amores y ayer mismo fue que me retiraron la escayola.

          Ella indolente se me colgaba borracha de un brazo, los ojos semicerrados, húmedos, la boca entreabierta seca, y en la mano, dentro de su funda, el móvil. Movía las piernas como al son de la música, pero lo que estaba era a punto de mearse encima.

          Anonadado, miré la hora, e intenté en más de una ocasión, llevarme la copa a los labios, pero con aquel peso muerto asido a mi brazo, el esfuerzo fue en vano. Este era su último baile me prometió, y asiéndola del cuello me puse aburrido a moverla de un lado a otro por la pista, esforzándome de algún modo en hacerla coger el ritmo.

          Al rato un tropiezo, ella perdió un zapato y por un momento aquello fue de verdad  una fiesta y hubo “gin tónic” para todos.
 
          Desesperado eché de menos las lentas, cuando menos al amparo de las sombras, hubiera podido deshacerme de ella y escapar, ocultándome. Una hostia y luego otra me sacaron de mi sueño; bailando “house” se  mueven mucho los brazos y ella no dejaba de repartir. Era el momento de ponerle fin; la agarré de las manos por detrás de la cintura y me la eché encima. Ella volcando arqueada la cabeza hacia atrás, en lo que suponía un momento sexy; el cabello rojo corriéndole por la espalda desnuda, me expuso aquella boca, ya hemos dicho que entreabierta y reseca, en cuyo interior, y esto aún no se ha dicho, se adivinaban a la tenue luz antiguos empastes. Reuniendo el  empaque necesario y en un acceso del genio que me considero, acumulé en mi propia boca un salivillo y lo vertí con cuidado untándoselo con la lengua por los labios cortados;  en las comisuras primero y en las encías y los dientes después, que brillaban ahora como el blanco mismo de los ojos que le asomaba, como dos medias lunas turcas, por debajo de los párpados.

          A todas luces, y aún borracha perdida era bonita la condená.
  
          Como a un recién nacido, la sostuve con el codo alto la cabeza y apretándosela aún más la besé. Besé aquellos labios, ahora en carne viva, con un beso largo; profundo y de verdad entregado. Ambos sentimos entonces juntos, un calor que parecía derramarse de cintura para abajo y que me hizo pensar si acaso no fuera, aquello, tal vez el amor.

          No volví en mí hasta ya luego más tarde, que sentí los pies fríos y los zapatos encharcados. Ella, con los brazos inertes, en alto, alrededor de mi cuello, meada entera, dormida de gusto me sonreía. Yo, ensimismado, con un cerco desigual de carmín en los morros, sencillamente, había vuelto a enamorarme.






Primavera

          Estalló la primavera.  Sí, también aquí por fin, por fin aquí también; y ha repartido su metralla de lagartos, escarabajos y brotes por encima de las puntas de las retamas y a lo largo de las regaderas, que impregnan el aire y tintinean corriente abajo esquivando los ubicuos restos de escombro que me ponen de los nervios, pero el agua está aún demasiado fría y me duelen al rato las manos que me chillan, y hay muchos, y los tengo que dejar allí muy a mi pesar.  
          Estalló la primavera.  Aquí también. Golondrinas y aviones, surféan temerarios el asfalto, pegados al morro del coche zigzagueando a la manera de los delfines rurales que son. Y hoy quizá, bajando a Barco, asesiné el cortejo de dos mariposas amarillas y aún hay nieve en las cumbres y subimos a los llanos escuchando balbucear a los arroyos, palabras sueltas que habían aprendido de los paseantes del año pasado, palabras mal pronunciadas, que el viento arrastra y filtra entre las hojas secas de los robles y el hielo del invierno congela para ser de nuevo goteadas, en la primavera, en un deletreo transparente y lento que huele y sabe a granito.

1.4.09

          
YoTunes
 
          No he podido hacerme público hasta el momento lo siento, pero he estado ocupado con mi iTunes, es importante. Me preocupa que todo lo que suene sea de mi agrado, sé que puede resultar frívolo y probablemente lo es, y que alimenta mi neurosis y eso, pero debe de darme igual porque me entra por un oído y me sale por el otro, y precisamente por ello quiero que al menos lo que quede me agrade. No me apetece como hoy sentirme mal y que se me eche encima así  Frankie Goes To Hollywood, pues no joder, yo hoy estaba  más de un aire a lo MadreDeus mira tú por donde y esas cosas importan, a mí me importan. Luego están los gustos pero esa es ya otra cuestión pienso yo. Me pregunto si con ello no me estaré convirtiendo en una persona más intolerante e inflexible, si no debería para prevenirlo dejar funcionar la reproducción aleatoria y arriesgarme. Lo he intentado, he probado el otro día con algunos temas de Gogol Bordello, Robert Palmer y Donna Summer a ver que pasaba; sin apretar los dientes ni poner caras de chupar limón ni nada, así, seguidas todas. En la vida, tengo ya la experiencia, uno no se encuentra siempre con el viento a favor, más bien al contrario y ha de educarse en aceptar las cosas como vienen, es parte del budismo, creo. Y no, lo lamento, no ha funcionado, y mira que he reflexionado mientras escuchaba sobre aquello de la libertad de expresión, sobre las diferencias de género, culturales, generacionales e incluso históricas, y no, no, cada cosa en su momento opino yo y lo demás es radio. Y no digo yo que no esté bien aventurarse y dejarse sorprender de vez en cuando, cuando a uno le venga en gana claro está. Pero para mi, no caer en la tentación de la comodidad, teniendo como tengo ahora el control, yo; que soy de la generación del Walkman, yo; que di de mamar como otros cuando era chiquillo, al sueño de poder administrarme la música que me apeteciese en cualquier momento y lugar... es superior a mis fuerzas. Miraré de frente a los encendidos ojos de mi lobo estepario musical y le confesare sin ambages que tengo un oído cómodo y burgués. Lo asumo. De manera que me paso las horas muertas desarrollando listas de reproducción cada vez más sofisticadas que puedan abarcar el abanico de mi inestable estado de ánimo de aquí a tres meses vista. Nunca se sabe.

12.2.09







Yo y tú

          No se trataba tanto de lo que había hecho por él o con él, sino de lo que finalmente hizo de él lo que de verdad le molestaba. Entretanto, con un puñado en cada mano murmuraba … Ninguna colilla es igual, se decía, comparándolas una y otra vez, ninguna es igual… y así, acuclillado, babeando ligeramente, absorto, se le iban el tiempo y la cabeza, ninguna colilla es igual a la otra… Este hecho le obsesionaba, la peculiaridad que era capaz de distinguir en cada una de ellas hacía que le fastidiase enormemente deshacerse de ninguna, simplemente no podía, en todas y cada una encontraba cualquier cosa, un detalle que las diferenciaba, las observaba largo tiempo para, sin variación, acabar guardándoselas separadas en uno u otro o de sus bolsillos, de ese modo pensaba, clasificándolas, les confería el orden que él creía debían tener todas las cosas. Y no sólo eso… luego estaban las caricias y los besos y aquello. De vez en cuando, con los ojos cerrados se detenía a olerse de las yemas de los dedos, el olor dulzón de las colillas, era entonces las colillas y él, el orden en sus bolsillos, allí, él gobernaba. La idea le gustó y se invitó a una media sonrisa que apenas si alcanzo a convertirse en mueca, todo se aprende y se desaprende, pensó, mientras miraba huraño por encima de su hombro.

          Balanceándose a un lado y a otro como intentando recuperar el equilibrio a cada paso, se mecía mientras recorría el arcén, ajeno al tráfico, agachándose ahora aquí y luego allá, en una secuencia que parecía ocultar un patrón de diseño desconocido. Así fue como le conocí, meciéndose, con las manos metidas en los bolsillos balanceándose hacia mí y en aquel primer encuentro recuerdo que tuve la impresión de que ya nos conocíamos, de que quizás nos hubiéramos visto ya en algún otro lugar, aunque yo no recordara donde y él no fuera siquiera capaz. Mirándole durante un instante a los ojos sentí como la presencia del pasado se colaba dentro de mí a través del diminuto orificio de las pupilas para ocuparme, adueñarse de mí. Recuerdo que aún dispuse de un momento para negarme, oponer alguna resistencia pero o bien no quise, o tal vez diera la ocasión por perdida, el esfuerzo por inútil, la posibilidad por negada. Fue entonces que me sentí sus dedos, eróticos, hábiles juguetones, sumergidos entre las colillas de sus bolsillos; me sentí sus cabellos, sus dientes, sus huesos, sentí lo que le costaba a cada uno de los vellos de su barba rala, el esfuerzo de arrastrarse por la estrecha gatera del poro, la aceitosa suciedad áspera, arenosa, de los pliegues de su escroto, la dureza cornea de los callos en la planta de sus pies, y aun más; sentí la angustiosa dificultad de sus alvéolos pulmonares para extraer del aire el necesario oxigeno, me sentí sus células isquémicas, necrosadas, me sentí sombra; morir en el, y renacer a la luz de nuevo, en algo parecido a un misterioso e incomprensible bucle, y de repente una voz, un desesperado grito y al instante… silencio.

          Con la frente entumecida pegada al cristal de la ventanilla desperté. El autobús realizaba una breve parada y a mi lado, una señora mayor aprovechaba el momento para pintarse la cara. Se afanaba nerviosa en aplicarse sombra de ojos de una diminuta cajita de plástico que se me antojó más un surtido de estados de ánimo que un estuche de maquillaje. Azul del Mar, Jungla, Oro, Azul colonial… los dedos de su mano asían aquella caja con precisión quirúrgica, allí el índice, el pulgar aquí, el meñique en su sitio, el detalle de su mano me recordó no se qué; una araña en un desplome, un frutero de mal gusto tal vez, una palmatoria horrible. Y fue así, tan solo quizá por eso que cuando ella se apeó decidió seguirla. Hacía calor. Dentro, delineando perfectamente la diagonal, las emisiones idénticas de dos televisores enmudecían frente al alboroto de la cafetería. Acercándose a la barra se abrió un hueco entre la gente y pidió un café con leche, corto de café en vaso, ¿así?, preguntó el camarero mostrando alto en el aire un vaso con apenas un dedo de café, ella asintió con la cabeza, pagó con un “oye toma, cóbramelo ya” y se dirigió al aseo. Dejo pasar algunos segundos y entró tras ella en silencio. Recorriendo un corto pasillo le gustó llegar a tiempo de oír el final de un chorrillo y la gota, con esa reverberancia dura, que proporciona el esmalte de azulejos y sanitarios, el detalle le resulto simpático, propiciatorio incluso; después, el sonido metálico del mecanismo de la cisterna vacía, insistiendo dos, tres veces sin resultado. Cuando abrió con sumo sigilo la puerta, ella jadeaba aún esforzándose de espaldas a él, por subirse las bragas que se encontraban aún a media pierna, no lo pensó dos veces, la empujó violentamente lo que provocó que hincando las rodillas en el borde del inodoro, perdiera el equilibrio cayendo de bruces contra la pared, golpeándose de paso en el pecho con la cisterna, para acabar aparatosamente encajada en el rincón, a un lado, junto a la escobilla. Luego de nuevo hubo un silencio, pero al momento la oyó empezar a gruñir, a quejarse lastimera, y fue entonces cuando comenzó a pisotearla con fuerza subido con los dos pies encima de ella en lo que le recordó al modo en que jugaba a veces de niño, levantando alta la rodilla le pisó la cabeza varias veces contra el terrazo mientras con un dedo le prestaba atención al dibujo de los baldosines, haciendo por no escucharla. Cuando creyó que ya estaba se la quedó mirando desde arriba unos segundos girando la cabeza para componer el cuadro, luego intentó subirle la braga pero no pudo, le atusó un poco el cabello por consideración y se marchó.

          Yo creo que no sufrió, no tuvo tiempo siquiera de darse cuenta de nada, tal vez fuera incluso una muerte más dulce y menos dolorosa que la que Dios le tenía reservada. Recuerdo que viví aquello como un rapto, un sueño, en definitiva me gustó, y fue luego más tarde que me sentí algo intranquilo pensando en la suerte que había tenido de que nadie me viera, y en como si deseaba seguir haciéndolo debería ser mas cuidadoso en el futuro. Al salir se acercó a la barra, se tomó el café aún caliente que ella había pedido y regresó al autobús. Estaba tranquilo, se sentía bien. Lamentó si acaso no haberlo disfrutado por más tiempo, se le hizo corto. Al reanudar la marcha fue como si la echara de menos. Se me ocurrió entonces y busqué en mis zapatos algún resto, en una de las suelas hallé pelos, no sabía con seguridad si eran suyos o no, recuerdo que agarre uno y lo estiré todo lo largo que era, jugando una y otra vez con el entre mis dedos, haciéndolo brillar al trasluz de la ventanilla, luego lo arroje con repugnancia al suelo y nervioso me limpié los zapatos lo mejor que pude contra el lateral enmoquetado del autobús.


9.2.09







Word

          Mi procesador de textos esta en contra mia; se niega a respetarme los acentos, le insisto pero se niega y en vez de eso subraya mis palabras con una linea quebrada roja que me supone mas que una advertencia, una mueca burlona y que considero dicho sea de paso, de mal gusto. Decididamente no me respeta, o bien a mi o al lenguaje de los humanos. ¿Considerara el, si es que es el capaz de considerar algo, que no hay en lo que escribo nada digno de ser acentuado? ¿Estoy siendo sometido sin saberlo, a la critica muda de una maquina que se cree con mas autoridad a decidir sobre que silaba queremos hacer hincapie yo y Cervantes? (He intentado meterle miedo con la referencia al maestro de los clasicos y ni por esas, se niega, le da igual todo.) Reconozco que, llevando asi como llevo sin acentuar semanas, me perdone don Miguel que en paz descanse, era este uno de mis ultimos cartuchos, pero no parece haber causado en artilugio la menor impresión, o bien no sabe el aparatito quien soy yo (ni aun Cervantes) o se niega a acceder a internet para averiguarlo. O bien pueda ser que tanta lectura ininterrumpida del Quijote le haya llevado a pensar, que si no somos nosotros mismos capaces de pararnos un momento a reflexionar, a que lo va a hacer el. O intenta acaso desde los cimientos de la ortografia, abrir un tunel desde el que acceder a las torres mas altas de la estructura gramatical y de alli a la semántica y de ese modo hacer que cualquier cosa que escriba parezca que no tenga sentido, o que carezca de el completamente. Tal vez se atreva algun dia, ya crecida la maquina en su proposito, a sustituir mis letras por numeros, haciendose de ese modo fuerte, llevandome con ello a su terreno binario, donde en aparente espejismo democratico nada es mas que uno aunque el otro no exista, y donde los ceros, los pobres, si acaso se limitan a mirar como zotes, con cara de asombro y la boca bien abierta como los unos estiran el cuello y proyectan hacia delante y arriba arrogantemente engreidos su afilada barbilla. Quiza llegue el dia en que acabe, el condenado ingenio, teniendome del todo a su servicio, tecleandole asi la barriga ya tan solo por gusto, al suyo me refiero. Y sera entonces que me pedira seguro que insista mas aquí o alli, o que le bloquee ahora las mayusculas. Y una vez cogida la confianza pretendera incluso caprichoso, que le cambie el idioma al teclado y le deletree entonces despacio, como si de un susurro se tratara, palabras sucias en un lenguaje que no conoce, por el puro deleite de su disfrute fonetico.

9.02.09





Escribir

          Yo quiero escribir también. Abandonar el plato, y con las raspas sobre los periodicos dejarme ir de nuevo rodando rodando sobre la bola que flota empapada en tinta. Escribir para leerme, para ser leído, para pasar revista a mi vanidad y pillarla por sorpresa dormida; des-prevenida.
          Yo quiero escribir tan bién; publicar, entregarme a todos, que me lean y leer yo en sus caras en sus gestos si les place, y si no. Dar de mí todo; en sonidos, en imágenes, provocar, dar forma, animar a sentir, conformar, alegrar, suavizar el camino, ofrecer un vaso de agua, lo más rico cuando hay sed; acariciar una espalda, tal vez la tuya y poner un beso ahí y retirarte con cariño el cabello de la cara, la pestaña ya inservible de tu mejilla; yo quiero ser así libre; quiero ser yo, darte amor, que no te quepa ya, que te lo vayas encontrando como esos "kleenex" olvidados en un bolsillo del pantalón cuando lo sacas de la lavadora, en todos los rincones de tu casa, pesado, indeleble. Y hacer de ello rutina, monotonía, levantar la mirada y comprobar lo que ya desde hace rato sabía; que me observabas, mientras yo fingía que no me daba cuenta, que dormía, que me hacía el muerto.
           Quiero escribir, hacerme un nudo en la nuca, una pulgada más atrás de donde ahora y de ese modo eternamente joven, mantener la piel tensa, los ojos bien abiertos y la sonrisa estirada y fija.





Memoria

          Ayer, sufrí un accidente de tráfico con mi motocicleta; me golpeé en la cabeza y no recuerdo nada; me lo han contado, de eso me acuerdo. Hoy, me siento como un pequeño electrodoméstico al que le hubieran golpeado así, en un lado, con firmeza pero con tino; intentando encontrar el punto justo para hacerlo de nuevo funcionar correctamente. 
          Al parecer, producto del golpe, aquella obsesión que me perseguía esta última semana ha desaparecido. Se acabó merodear, hacerme el encontradizo, se acabó vivir de recuerdos seleccionados, escamoteo y preferencias; trampas.
          Hoy, me parece andar incluso más derecho; misterios de la electro-química de nuestro cerebro. Ahora, leo a Galeano escribir sobre el olvido y difiero; vivir de un modo consciente no exige creo, ir registrándolo todo en nuestra memoria. Durante minutos largos y a un tiempo fugaces, viví sin la responsabilidad de los recuerdos; ¿es eso acaso inconsciencia?
          ¿Sentía el dolor que siento ahora, o lo sentía y lo olvidaba para volverlo a sentir y volver a olvidarlo de nuevo? ¿Es esto vivir el presente o perder el tiempo?¿Me hará caer de nuevo en antiguos errores, o por el contrario me concederá la oportunidad de empezar de nuevo y apreciar con ello todo, como si fuera la primera vez?  No sé si estar de acuerdo con Galeano; el pasado es a la vez apoyo y lastre lo sé, lo que no sé, es si prefiero olvidar constantemente o recordar constantemente; ambos para siempre me asustan.
          Mañana, he quedado con Teresa; "a tomar un café" dijo ella, yo no lo tomaré, me sienta mal el café, de eso me acuerdo. Aún así, deseo, volver a verla para conocerla. Supongo que tendré, allí mismo, la posibilidad de comprobar entonces si merecía la pena, recordarla u olvidarla. Con la información que ella me dio sobre el accidente y mi imaginación, he construido falsos recuerdos de mi caída, de mi posterior encuentro con la Guardia Civil, con la grúa… son recuerdos adhesivos, someros, fingidos. Es mejor así supongo, estoy disfrutando de mi amnesia temporal; ojala y la eliminación de los recuerdos indeseados sea algún día tan sencillo como la depilación a la cera.





Viento del desierto

          El viento del desierto viaja hoy deprisa con un recado;
         acompañado del polvo y la arena,
         hace cantar a las piedras y espanta al turismo.

         El viento del desierto,
         adelanta a las olas recortando ahora de sus rizos,
         las puntas sueltas de agua y de sal.
          El viento del desierto vuelca, !míralo!, las amapolas
         y estremece de camino a los pitacos.

         Quisiera yo tener del viento;
         su poca consideración por las cosas y sus largos brazos,
         su no importarle qué y su poder estar ahora aquí y allá;
         su cambiar de parecer,
         su absoluta falta de responsabilidad
         y su saber ser también cuando se pone, dulce y suave brisa.

         El viento del desierto llega hoy a la noche a Madrid;
         por muy viento que sea llegará cansado,
         levantando ya, si acaso, los flecos grises y mugrientos de algún toldo.

         Sabiendo como sabe su destino,
         enfilará pronto la calle;
         ganando altura te encontrará seguro ya dormida;
         el viento, la arena, el agua y la sal, no conocen de horarios,
         sería ya pedirles demasiado.

         Mañana fiesta, Viernes Santo,
         despertaras con el cabello mojado
         y las marcas de sal seca en la piel.
         De vuelta, agotado después de una larga noche de viaje,
         esperaré impaciente a que el viento despierte y me lo cuente.


         Si tus ojos eran del color del mar;
         si alguno te acompañaba,
         si tu cama olía como yo le dije...


           Almería 98 (una semana santa con los enanos)

          Viento del desierto, cuéntame ahora otra vez las mil historias.
         La de aquel pescador, que cambió su barca por una de verdad blanca.
         O la de aquel niño, verde oliva y tan transparente,
         que a la luz del sol, se le podía ver por dentro su corazón latiendo.

         Cuéntame por qué, intentando vivir el presente,
         en un instante, todo son ya recuerdos.

         Como cuando la visión de tu joven cuerpo dormido,
         me inspira a la vez, ternura y deseo.


           Almería, verano 1998






Amor

          Cada vez que nos juntamos, acabamos ella y yo emborrachados con nuestros propios besos. Yo personalmente, reconozco mi sorpresa al encontrarme ya en ese estado, sin que sepa en realidad; ni que ocurrió, ni cuando, ni como. Solo sé que entonces, no puedo dejar de mirarla, de hablarla de hijos, de viajes, de matrimonio. Ella se ríe y sorbe ligeramente, haciéndome un guiño con la nariz que me induce a pensar, que conoce exactamente el efecto de desesperado anhelo que ese infantil gesto provoca en mí. 
          Y me hace de rabiar, hablándome de deshacer algunos nudos que eran inicialmente lazos, y me da a probar la punta de un dedo de su pie y no me permite que elija cual. Y consigue con estos y otros juegos, hacer que me olvide de lo importante que es su amor para mí. Y con ello me da aire para vivir un día más. Crueldad dosificada o dulzura desmedida; no acabamos ella y yo de llegar a un acuerdo ni en eso.





Miedo

          En ocasiones me asaltan miedos. Miedos terribles de horrible aspecto; impresionantes, amenazadores, siniestros, insuperables, como emboscados bandidos, ocultos, sobrecogedores; agazapados salteadores apostados al borde del camino de la vida. Son miedos, sin embargo, al rato familiares; miedos conocidos, casi miedos amigos, miedos cómodos diría, por no decir que más que miedos, ya recompuesto el ánimo, son apenas si sustos, casi sobresaltos.

          De modo que pasada la impresión inicial, los reconozco, los saludo y me detengo con ellos a conversar un rato y a ver como les va y como siguen y que se cuentan y me intereso de verdad por ellos.

          Viéndonos así de esta manera, acuden entonces animados al corrillo otros miedos más pequeños; miedos tímidos, impresionables, pusilánimes, miedosos estos miedos, diminutos, de existencia desconocida, insignificantes;  son miedos de todos los géneros; miedos masculinos, femeninos, miedos neutros y animales. Falsos miedos que aún así son capaces de inquietarme. Son singulares y plurales miedos, miedos solitarios, taciturnos, modestos, inventados, hieráticos, circunspectos y estirados; miedos de esos que no saludan, de labios finos y apretados, que se hacen como si no los distraídos, taimados miedos, miedos antipáticos que se quedan, sin atreverse, algo más apartados que los otros, temerosos, pegando eso sí la oreja; paradójicos, contradictorios, atractivos que a la par que excitan, me hielan la sangre en las venas; miedos algunos que nunca había visto; miedos nuevos, ignotos, que intentan si acaso espantar apenas de soslayo, por el rabillo del ojo nada más.

          Y pasado un rato y el trance, se despiden de mí mis miedos y me despido yo también de ellos y nos damos la mano, inclinándome con el respeto debido ante los grandes miedos, miedos ancianos, arcaicos, de usted, magníficos, atávicos y ancestrales.

          Con otros, con los que más confianza tengo, me entrego en un abrazo sentido, esto solo con miedos antiguos; infantiles, miedos viejos conocidos, miedos tontos, primitivos, injustificados, poco razonables, enfermizos, miedos con los que he compartido cama y fiebres, sueños y juego, temblores de piernas y castañear de dientes, miedos incontinentes, que se han meado encima conmigo de puro miedo. Luego ya, nos separamos así sin reparo, volviendo como si nada cada uno a lo suyo, sabiendo que más tarde o más temprano, por sorpresa siempre; volveremos alarmados de nuevo a encontrarnos. 





Milagro

          Llevar el milagro en los ojos es mi único anhelo. Que allá donde mire lo encuentre; lo mismo cuando dejo volar la mirada como un pájaro, con el viento sobre los vastos horizontes o hacia el cielo infinito; que cuando la poso sobre la punta de una aguja de pino o cuando retorciendola, la fuerzo a penetrar en los rincones mas oscuros.

          Llevar el milagro en los ojos, no supone engañarse y querer ver aquello que uno desea, mire allá donde mire. Más al contrario, significa ver las cosas como son, en su expresión verdadera, reconocer en la fealdad lo feo y en la beldad lo bello y darse cuenta; asumir que ambas no se oponen, sino que se complementan siendo en fin, una sola y misma cosa.
          Llevar el milagro en los ojos, es ver con una visión nueva, original y pura, sin filtros, sin interpretaciones, sin máscaras ni maquillaje, es ver como ven los niños cuando aún lo son. Sin adaptar la realidad a nuestros gustos o apetencias, es verlo todo; lo bueno en lo malo y lo malo en lo bueno, es ver más, más lejos, más cerca, es ver mejor. Significa no poner nada sobre aquello que miramos que no se encontrara ya allí antes de haberlo hecho.





Doméstico

          Hoy, he comido sobre la tabla de planchar. Lejos de ser una excentricidad, me he visto obligado a ello. La tabla de planchar o el suelo. No tengo mesa, no tengo nada que planchar y el suelo esta frío, sucio y es incomodo. De modo que he preferido la tabla y me ha gustado. Lo que más he disfrutado, ha sido la satisfacción consciente, pese al haberme visto aparentemente obligado a ello por la necesidad.

          Ante la alternativa, he sabido elegir lo que más me convenía; he preferido, he optado, he decidido, pese a las circunstancias, sintiendo que lo hacía pese a ellas.


          Este suceso, cotidiano ya en mí, ha venido obrando un extraño efecto. Me ha llevado a darle vueltas al tema de la necesidad y el libre albedrío y con el recuerdo de la sensación que una acción tan simple me había proporcionado, me he sentido de pronto más despierto, más atrevido y capaz. En definitiva, me ha envalentonado de tal modo, que cualquier tarea me parece hoy posible.


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1 comentario:

  1. Anónimo27.4.11

    Definitivamente, eres la persona que pensé que podrías ser. O eso deseo. Desde el cómodo anonimato ventajista, conocerte sin que sepas quién soy, es casi como una alegre revancha por viejas y tiernas heridas de infancia.
    Algo me dice que eres feliz, y quiero creerlo, porque la persona que fuí, sigue sintiendo un gran afecto por la persona que fuiste, y algo le llega, supongo, a aquella en la que te has convertido. Suerte, mucha suerte.....

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