Anónimo
o la excitante aventura de volver al pasado


   

         Anónimo: la comunicación, es cosa de dos... creo; y digo creo, y lo digo con bastante frecuencia, porque me parece siempre conveniente, por adecuado que no por interesado, dejarle una puerta abierta a la duda que me ha resultado, aunque latosa, tan beneficiosa. De manera que no importa si uno tiene como receptores a dos o a dos millones; a quien uno se dirige es siempre a cada cual. Y cada cual, es sabido, interpreta el mensaje y la vida a su manera. Esto no debe olvidarse. No nos movemos aún, y dudo de nuevo (tal y como le van las cosas a nuestra especie), que lo hagamos algún día como lo hacen los bancos de peces o las bandadas de pájaros; se empeñen lo que se empeñen las ciencias sociales. Esto no viene a negar la efectividad de la estadística, ni la psicología de los pueblos, ni nada por el estilo. Que somos seres gregarios, o lo éramos, es algo que doy por sentado; pero como las cosas cambian se puede decir entonces que han cambiado y como está en su natural, volverán a cambiar tal vez para mejor o tal vez no; por que nada es permanente.

           Lo que viene a querer decir, tan aparentemente farragoso y circumloquial prolegómeno, son básicamente dos cosas: la 1ª; estamos solos, de hecho somos solos. La 2ª; los viajes en el tiempo llevan agregada una componente de aventura. Palabra que presenta diferentes acepciones a cual más al caso:



(Del lat. adventūra, t. f. del part. fut. act. de advenīre, llegar, suceder).
1. f. Acaecimiento, suceso o lance extraño.
2. f. Casualidad, contingencia.
3. f. Empresa de resultado incierto o que presenta riesgos. Embarcarse en aventuras.
4. f. Relación amorosa ocasional.

Es curioso que la palabra ventura en ella contenida, tenga a su vez las siguientes:



(Del lat. ventūra, pl. de ventūrum, lo por venir).


1. f. felicidad.

2. f. suerte.
3. f. Contingencia o casualidad.
4. f. Riesgo, peligro.
5. f. ant. Suceso o lance extraño, aventura.

que parecen ser las mismas, pero como si de un viaje de ida y vuelta se tratara, aparecen curiosamente en orden inverso; esto es siempre y cuando demos por hecho que una relación amorosa, aún con la supuesta ventaja de ser ocasional, traiga de la mano a la felicidad o pueda considerarse una suerte.

           Vuelvo otra vez a la naturaleza, que tengo en estos días tan presente y tan próxima, a buscar mis referentes; ¿es el aparentemente robusto y viejo roble que extiende sus ramas al cielo, aquel mismo brote nuevo que hace décadas apenas asomaba en el suelo del bosque sus tiernas hojas primas entre los crujientes cadáveres de sus hermanas? Ciertamente no. Sin embargo, cada año, vuelven a brotar de él esas mismas hojas tiernas. ¿Es acaso la bella mariposa, aquella blanda oruga que reptaba y dedicaba su corta existencia a cebarse, antes de formar alrededor suyo un capullo en el que protegerse para poder llevar a cabo su necesaria transformación? Obviamente no. No obstante, de ese mismo capullo que compuso la oruga, salió efectivamente la mariposa, pese a ser cosa distinta.


           Ni me considero roble, ni mariposa, ni oruga ni joven brote, sin embargo algo de todos soy y conservo. Algo de nuevo y de viejo, de frágil y de robusto, de atractivo y de repugnante.



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